Veneración por el papa y la Roma católica
Con su espíritu de fe y a la luz de la historia de la Iglesia, Monseñor Lefebvre ve en Roma a la maestra de sabiduría y de verdad, y en el papa al sucesor de Pedro y al vicario de Jesucristo.
Esta es su romanidad fundamental:
En Roma, diría a sus seminaristas, se tenía la convicción de estar en una escuela de la fe. La vida misma de Roma era un aprendizaje de la fe: los santuarios, las estaciones de Cuaresma, las ceremonias de canonizaciones en San Pedro, las audiencias del Santo Padre…
Aun después de la partida forzada del Padre Le Floch, implicado a pesar suyo en la condenación de la Acción Francesa por Pío XI, Marcel Lefebvre guarda todo su respeto hacia este papa:
Nosotros, el Seminario francés, teníamos cada año la alegría de ser recibidos por el Santo Padre. Nos hacía entonces una breve alocución. Reverenciábamos al Santo Padre. ¡Dios sabe cuánto aprendimos a amar al papa, a amar al Vicario de Cristo!
Una mirada contrastada sobre la Roma de los años cincuenta
Mucho más tarde, siendo ya delegado apostólico, Monseñor Lefebvre sería recibido cada año por Pío XII. Este papa le inspira un grandísimo respeto, lo cual no impide que se establezca entre los dos una cierta simpatía. Por sus visitas anuales a Roma, conoce igualmente la Curia romana, cuyos méritos, muy contrastados, reconocería delante de sus seminaristas:
En la Secretaría de Estado yo era recibido por Monseñor Tardini. Era un hombre de fe, para quien el servicio de Nuestro Señor pasaba ante todo, un hombre firme que no tenía miedo de combatir y de afirmar la verdad. En el Santo Oficio, el cardenal Ottaviani era un hombre totalmente entregado a la Iglesia, preocupado por el honor de la Iglesia. Era su vida: defender los derechos de Nuestro Señor Jesucristo y de la Iglesia. En revancha, el otro Sustituto de la Secretaría de Estado, Monseñor Montini (el futuro papa Pablo VI), me parecía siempre un poco evasivo, impreciso, temeroso de los combates y de las dificultades.
Después del Concilio, su juicio sería severo: "Ahora, diría en 1978, los problemas diplomáticos y humanos prevalecen sobre la fe. La Iglesia, sin embargo, sigue viva, no puede desaparecer; pero tiene un rostro que no es el suyo".
Ein kontrastiver Blick auf das Rom der fünfziger Jahre
Viel später, als apostolischer Delegat, wird Erzbischof Lefebvre jährlich von Pius XII. empfangen. Dieser Papst flößt ihm großen Respekt ein, was aber nicht dagegensteht, dass sich zwischen beiden eine gewisse Sympathie entwickelt. Durch seine jährlichen Besuche lernt er gleichermaßen die Kurie kennen. Vor den Seminaristen erkennt er deren Verdienste an:
Im Staatssekretariat wurde ich von Mgr. Tardini empfangen: er war ein Mann des Glaubens, dem der Dienst unseres Herrn über alles ging, einen in seiner Überzeugung festen Mann, der keine Angst hatte, zu kämpfen und Wahrheiten zu bekräftigen! Im Heiligen Offizium war Kardinal Ottaviani ein ganz der Kirche ergebener Mann, der um die Ehre der Kirche Sorge trug. Das war ihr Leben: die Rechte unseres Herrn Jesus Christus und der Kirche zu verteidigen. Hingegen schien mir der andere Substitut des Staatssekretariats, Mgr. Montini (der spätere Papst Paul VI.), immer ein wenig ausweichend, ungenau, er floh Kämpfe und Schwierigkeiten.
Nach dem Konzil war sein Urteil streng:
Nun“, sagte er 1978, „belasten diplomatische und menschliche Probleme den Glauben! Nichtsdestotrotz lebt die Kirche, sie kann nicht verschwinden; aber sie hat ein anderes Gesicht, nicht ihr eigenes.