Independencia de los países africanos

Se ha dicho que Monseñor Lefebvre se oponía a la independencia de las colonias. A decir verdad, las consideraba más bien prematuras. Esos jóvenes países de África, que aún no eran verdaderas naciones, y en las que la cristianización no se había realizado todavía en profundidad, corrían el riesgo de ser víctimas del comunismo o de caer en manos del Islam.

Eso provocaría, pensaba el arzobispo de Dakar, un grave daño a la Iglesia. De hecho, era lo que sucedería un poco en todas partes.

Función diplomática

Sin ser nuncio, el delegado cumple una función diplomática frente a las autoridades civiles francesas. Sabe ganarse la simpatía de los gobernantes, aun cuando muchos de ellos sean masones.

A partir de 1944, la idea de la independencia de las colonias se abre camino. En Guinea, el 25 de agosto de 1957, Sékou Touré reclama con violencia la independencia inmediata. Inquieto, el arzobispo logra que el papa Pío XII, a través de la encíclica Fidei Donum (que retoma la advertencia del Radiomensaje de Navidad de 1955), ponga en guardia a los pueblos africanos contra un nacionalismo ciego que podría lanzarlos al caos. Sin embargo, el presidente Senghor, sostenido por el general de Gaulle, que sobre este punto había tenido varias entrevistas con el arzobispo, proclama el 20 de junio de 1960 la independencia de Senegal.

Para Monseñor Lefebvre, el inmenso beneficio de la independencia sólo puede lograrse dentro de un orden social cristiano. Por eso, el 26 de marzo de 1961, se siente obligado a reaccionar, en una de sus cartas pastorales, contra la postura ambigua de Senghor, señalando que el socialismo africano del creyente Senghor era una contradicción en los términos: “Socialismo religioso, socialismo cristiano, son verdaderas contradicciones: nadie puede ser a la vez buen católico y verdadero socialista”, como ya lo había dicho Pío XI en Quadragesimo anno.