Naturaleza del sacerdocio de Cristo

De Libreville a Ecône, Monseñor Lefebvre no dejó de transmitir invariablemente la doctrina del sacerdocio, que él mismo había recibido en Roma de sus maestros espiritanos, herederos de la escuela francesa de espiritualidad. De este modo fue providencialmente preparado para afrontar la grave crisis de identidad que atraviesan los sacerdotes desde los años del Concilio.

El sacerdocio de Jesucristo está íntimamente ligado al misterio de la Encarnación:

La divinidad misma, al descender sobre la humanidad de Nuestro Señor Jesucristo, es la que lo unge en cierto modo, como el óleo que, descendiendo sobre la cabeza, consagra a quien recibe dicha unción».

Al unir en su divina Persona la naturaleza divina y la naturaleza humana, Jesucristo, en cuanto hombre, queda esencialmente constituido como «Mediador entre Dios y los hombres» (1 Tm 2, 5), y por lo tanto, como sacerdote «elegido por Dios entre los hombres y a favor de los hombres en todo lo que mira a Dios» (He 5, 1).



 


 

«El sacerdocio es la gran herencia de Jesucristo. Nuestro Señor dejó su propio sacerdocio en manos de la Iglesia para que continúe hasta el fin de los tiempos.»

Monseñor Marcel Lefebvre,

Auxerre, 8 de julio de 1978



 


 

El acto principal de todo sacerdote es ofrecer el sacrificio (He 5, 1). Por una prerrogativa admirable, Nuestro Señor Jesucristo, al asumir voluntariamente sobre la cruz los sufrimientos y la muerte que le infligían sus perseguidores, ofrece a Dios, su Padre, en nombre de toda la humanidad, un sacrificio único en su género, puesto que El mismo es a la vez el sacerdote y la víctima, el oferente y la hostia.

En razón de la dignidad de la vida que inmola, y en razón de la inmensa caridad con que se ofrece por la gloria de su Padre y la salvación de las almas, Jesucristo ofrece a su Padre una satisfacción sobreabundante por la multitud de los pecados de toda la humanidad. De donde se sigue que el sacrificio de la cruz es eminentemente propiciatorio.