Joven sacerdote con un carácter contrastado

«En teología era una inteligencia de alto nivel», cuenta uno de sus compañeros de seminario; pero otro tiene el cuidado de precisar: «No tuve la impresión de que fuera un intelectual, sino más bien alguien vuelto hacia las cosas prácticas».

En el Seminario francés de Roma se encarga de la caja de la librería de ocasión y de la procura, cuyas ganancias destina a los niños pobres de los catecismos. Es también ceremoniero mayor, y cumple su cargo con gracia. Piadoso sin ostentación, «es un compañero discreto, que no hace ningún ruido». Impregna de espíritu religioso sus acciones ordinarias, y en el último año su misa pasa a ser un modelo de modestia.

Fuerte personalidad

Pero, por otra parte, «ya es una fuerte personalidad con convicciones muy determinadas y bien arraigadas», que suele manifestar cuando le parece que está en juego la sana doctrina o cuando se trata de defender la postura de Santo Tomás de Aquino, sobre la cual entiende mucho.
 

Admirable y temible, así se nos presenta la figura del seminarista Marcel Lefebvre, dice uno de sus condiscípulos. Admirable por su cuidado de la verdad, tal como a él le parecía, según Santo Tomás. Temible: ¡Qué importaba la opinión de los que no compartían su punto de vista! Su fe desafiaba a los amantes de los matices teológicos. No, no era un temperamento “conciliador”. El Señor lo había hecho 'así' .

Por lo demás, era un seminarista de una exquisita amabilidad, que gozaba de una incontestable reputación de generosidad y de bondad. «Para nosotros era un modelo, siempre sonriente, siempre afable».

 


 

Un joven Sacerdote observaba que Monseñor Lefebvre «bajo una expresión afable y muy cortés, era inflexible en sus ideas.»

P. Bernard Boulanger, C.S.Sp.

 


 

Observemos el contraste, señalado ya por los testigos, entre las convicciones arraigadas, que le merecían el apodo de sana doctrina petrificata (sana doctrina petrificada), y la afabilidad y el sentido de la organización que le ganaron un aura de amabilidad. ¿Cuál es la clave de esta perturbadora dualidad psicológica? Es que, en realidad, Marcel no era un espíritu cerrado, sino que tenía una voluntad tenaz, que hacía de él un hombre de convicciones.