Queridos amigos y benefactores:
En esta carta hubiera querido, sobre todo, entregarles algunas novedades acerca de la vida interna de la Fraternidad. Pero la actualidad más general de la Iglesia y en particular los desarrollos en favor de la Tradición, nos obligan a detenernos más prolongadamente en temas externos, a causa de su importancia. Una vez más nos parece necesario abordar este tema, con el fin de explicar lo más claramente posible aquello que pudo causar un cierto temor al inicio del verano. Tal como los medios lo anunciaron de una manera bien sorpresiva, recibimos, efectivamente, un ultimátum del Cardenal Castrillón Hoyos. Sin embargo, la cosa es muy compleja y requiere ser esclarecida a fin de ser bien entendida. Una mirada sobre el pasado reciente nos ayudará a tener una idea un poco más clara.
Nuestros pedidos preliminares
Desde las primeras aproximaciones y proposiciones de solución por parte de Roma, es decir, desde inicios del año 2001, habíamos dicho claramente que la manera con que las autoridades eclesiásticas trataban los problemas presentados por aquellos que querían intentar la experiencia de la Tradición con Roma, no nos inspiraban confianza y que nosotros deberíamos lógicamente esperar vernos tratados como ellos cuando las relaciones se arreglaran. Desde ese momento, y para protegernos, pedimos acciones concretas que indicaran sin equívoco las intenciones romanas respecto a nosotros: la Misa para todos los sacerdotes y el retiro del decreto de excomunión. Estas dos medidas no eran reclamadas para lograr directamente un beneficio propio, sino más bien para volver a dar un espíritu tradicional dentro del Cuerpo Místico y así, indirectamente, ayudar a una sana aproximación entre la Fraternidad y Roma.
Las primeras respuestas no eran muy atractivas y confirmaban nuestros temores: no era posible acordar la libertad de la Misa porque, a pesar de la comprobación de que esta Misa nunca había sido abrogada, obispos y fieles pensaban que sería una desautorización de Pablo VI y de la reforma litúrgica... En cuanto a la excomunión, sería levantada en el momento del acuerdo.
A pesar de recibir esta negativa, nosotros no cortamos el hilo de tan difíciles relaciones, bien conscientes de que el asunto nos sobrepasa. No se trata de nuestras personas sino de una actitud que, durante siglos, fue la de todos los miembros de la Iglesia, y que también es nuestra, en oposición a ese nuevo espíritu, el llamado “espíritu del Vaticano II”, que percibimos con evidencia que es el origen y la causa principal de las desgracias actuales de la Santa Iglesia. Desde entonces, el motivo fundamental de nuestra acción y de nuestras relaciones con las autoridades romanas, siempre fue hacer prudentemente todo lo posible para el retorno de la Iglesia a aquello de lo que ella no puede privarse sin ir al suicidio.
Nuestra situación es bien delicada: por un lado, reconocemos estas autoridades, romanas y episcopales, como legítimas, y, por otra parte, refutamos algunas de sus decisiones porque se oponen, en diferentes grados, a aquello que el Magisterio siempre enseñó y ordenó. No hay ninguna pretensión de erigirnos en jueces o de hacer aquello que nos viene en gana. Es simplemente la comprobación, extremadamente dolorosa, de una oposición que choca nuestra conciencia y nuestra fe católica. Tal situación es de una gravedad extrema y no puede, de ningún modo, ser tratada a la ligera. Es por eso que avanzamos muy lentamente y con prudencia. Para nosotros, aunque estamos evidentemente muy interesados en obtener una situación concreta habitable en la Iglesia, sin embargo, la percepción del problema tan profundo que acabamos de señalar, nos impide poner en un mismo plano las dos cuestiones. Es tan claro para nosotros que la cuestión de la fe y del espíritu de la fe pasa antes que cualquier otra cosa, que no podríamos considerar una solución práctica antes que la primera cuestión encuentre una solución cierta. Nuestra Santa Madre la Iglesia siempre nos ha enseñado que es necesario estar dispuestos a perderlo todo, aún la vida, antes que perder la fe.
Lo que es extraño, es que los golpes, infelizmente, vienen del interior de la Iglesia; y ese es el drama que nos toca vivir.
La respuesta a uno de los puntos en el año 2007: el Motu Proprio
En 2007, el nuevo soberano Pontífice Benedicto XVI finalmente concedió el primer punto que pedíamos: la Misa para todos los sacerdotes del mundo entero. Estamos profundamente agradecidos por este gesto personal del Papa. Y es para nosotros causa de una gran alegría, pues vemos con mucha esperanza una renovación para todo el Cuerpo Místico. Sin embargo el Motu Proprio se tornó, por la misma naturaleza de aquello que afirma y entrega -la Misa tradicional-, el objeto del combate de lo que hablamos más arriba; pues el culto tradicional se opone al culto que se dice nuevo, el “Novus Ordo Missæ”. El Motu Proprio se convirtió en motivo de pelea entre los progresistas, por una parte, que se glorían, de la boca para afuera, de su plena comunión eclesial, mientras que se oponen, más o menos abiertamente, a las órdenes y a las disposiciones del Soberano Pontífice, y los conservadores por otra parte, que, de golpe, se encuentran en posición de resistencia a sus obispos... ¿A quién, entonces, tenemos que obedecer? Los progresistas saben muy bien que el problema es más que litúrgico. A pesar de los esfuerzos del Motu Proprio de minimizar la oposición afirmando la continuidad, lo que está en juego es la suerte de un Concilio que se quiso fuera pastoral y que se ha aplicado de un modo tal que Pablo VI podía hablar de “autodemolición de la Iglesia.”
La esperanza de que el segundo punto se realice rápidamente
Este primer paso de Roma en nuestra dirección dejaba prever que el segundo acto seguiría en breve. Algunas señales parecían indicarlo. Pero, pese a que desde hace largo tiempo habíamos propuesto el camino a seguir, parece que Roma quiso escoger otra vía. A pesar de nuestro pedido reiterado de retirar el decreto de excomunión, y aunque parecía no haber mayor obstáculo para la realización de este acto, asistimos a un golpe de efecto: el Cardenal Castrillón quiere imponernos condiciones antes de ir más adelante, a pesar de haber dicho claramente que esperábamos un acto unilateral. Califica nuestra actitud hacia al Soberano Pontífice como ingrata, y, sobre todo, altiva, orgullosa, pues continuamos denunciando abiertamente los males que afectan a la Iglesia. En especial le disgustó nuestra última Carta a los Amigos y Benefactores. Eso nos valió el ultimátum del que todavía no logramos comprender los términos precisos. Pues, o aceptamos la solución canónica, ¡o se nos declara cismáticos!
Nuestras tomas de posición son interpretadas como retrasos o como prórrogas queridas; se pone en duda nuestra intención y nuestra buena voluntad de discutir verdaderamente con Roma. No comprenden por qué no queremos una solución canónica inmediata. Para Roma, el problema de la Fraternidad así quedaría resuelto, y las discusiones doctrinales serían evitadas o retrasadas. Pero cada día nos trae pruebas suplementarias de la necesidad de clarificar al máximo las cuestiones subyacentes antes de ir más adelante hacia una situación canónica, que, sin embargo, no nos disgusta. Pero allí hay un orden natural, e invertir las cosas nos colocaría en una situación ciertamente invivible; todos los días tenemos prueba de esto. Está en juego nada menos que nuestra futura existencia. No podemos y no queremos dejar ninguna ambigüedad sobre la cuestión de la aceptación del Concilio, de las reformas, o de las nuevas actitudes toleradas o favorecidas.
Delante de estas nuevas dificultades, nos permitimos hacer de nuevo un llamado a vuestra generosidad, y en vista del éxito de nuestra primera cruzada de rosarios para obtener el retorno de la Misa tridentina, queremos presentar a Nuestra Señora un nuevo ramillete de un millón de rosarios para obtener de su intercesión la supresión del decreto de excomunión. A partir del 1° de noviembre hasta la fiesta de Navidad, empeñémonos en rezar con ardor renovado para que el Santo Padre, en estas horas difíciles de la historia, cumpla con fidelidad sus augustas funciones, según el Corazón de Jesús, para el bien de la Iglesia. Estamos íntimamente persuadidos de que tal medida de parte del Soberano Pontífice producirá efectos tan profundos sobre el Cuerpo Místico como los producidos por la libertad de liturgia tradicional.
En efecto, la excomunión no nos separó de la Iglesia, pero sí separó buen número de sus miembros del pasado de la Iglesia, de su Tradición, de la que ella no puede privarse sin grave daño. Esto revela con evidencia que la Santa Iglesia no puede olvidarse de su pasado, pues recibió todo, y aún hoy lo recibe, de su divino fundador, Nuestro Señor Jesucristo.
Pues la excomunión hostigó y penalizó la actitud misma que especificaba el combate de Monseñor Lefebvre respecto al pasado de la Iglesia, a su Tradición. Y desde entonces, por causa de esta reprobación, son muchos los que temen ir a las fuentes de agua viva, únicas capaces de traer buenos días a nuestra Santa Madre la Iglesia. Sin embargo, Monseñor Levebvre no hacía más que volverse un eco de la actitud de San Pablo, al punto que pidió que se grabara sobre su tumba “Tradidi quod et accepi”: He transmitido aquello que recibí. ¿No había escrito el mismo San Pio X que “los verdaderos amigos de la Iglesia no son ni revolucionarios, ni innovadores, sino los tradicionistas” ?
He ahí por qué, queridos fieles, volvemos a lanzar una cruzada del Rosario con ocasión de nuestra peregrinación a Lourdes, para los ciento cincuenta años de las apariciones de Nuestra Señora. Agradecemos a la Madre de Dios por su maternal protección durante todos estos años, en particular por los veinte años de las consagraciones episcopales. Le confiamos todas nuestras intenciones, personales, familiares y profesionales. Le confiamos nuestro futuro e imploramos esta fidelidad a la fe y a la Iglesia sin la cual nadie puede llegar a la salvación. Agradeciendo de todo corazón por vuestra generosidad sin límites, que nos permite continuar la magnífica obra fundada por Monseñor Lefebvre, pedimos a nuestra buena Madre del Cielo que se digne proteger y guardar a todos Ustedes en su Corazón Inmaculado.
+ Bernard Fellay
Dado en Menzingen, el 23 de octubre de 2008
en la fiesta de San Antonio María Claret