En esta Carta a los Amigos y Bienhechores nº 88, Mons. Bernard Fellay, Superior general de la Fraternidad San Pío X, señala que el vínculo profundo que une la rebelión de Lutero y la revolución de Octubre de 1917, el laxismo liberal y el dirigismo socialo-comunista: «Este principio apunta a liberar a los hombres de la dependencia de Dios y del orden establecido por Él, tanto a nivel natural como a nivel sobrenatural». Nos recuerda que las grandes persecuciones anticristianas a manos de los comunistas habían sido anunciadas por nuestra Señora de Fátima, y que ella había dado el medio sobrenatural para todos estos males.
Queridos Amigos y Bienhechores,
En este mes de octubre de 2017, han coincidido tres aniversarios que determinaron el curso de la historia de los hombres y de la Iglesia: la rebelión de Lutero, la revolución bolchevique y el milagro de Fátima.
Hace quinientos años, el 31 de octubre de 1517, Martín Lutero empezó su rebelión contra la Iglesia católica. Hace también cien años, el 7 de noviembre, estalló la revolución en Rusia, que, según el calendario juliano, recibió el nombre de «revolución de Octubre».
Y hace también cien años, unos días antes, el 3 de octubre, el Corazón Inmaculado selló con un milagro espectacular su mensaje, anunciando los grandes acontecimientos futuros de la Iglesia y del mundo, de los cuales algunos ya forman parte del pasado, como la Segunda Guerra Mundial, y otros aún no han llegado, como el triunfo del Corazón Inmaculado y la conversión de Rusia.
La reforma que lanzó Lutero apareció en un primer momento como un acontecimiento religioso. Y, desde luego, el heresiarca alemán trastocó en sus fundamentos a la católica, atacando el papado, la gracia, la Santa Misa, el sacerdocio, la Sagrada Eucaristía… La fe y los medios que Dios ha otorgado a los hombres para que alcancen su salvación eterna fueron rechazados o profundamente falsificados.
Pero dados los vínculos innegables entre el orden sobrenatural de la Iglesia y de la gracia, por una parte, y el orden temporal de los gobiernos humanos y de la sociedad civil, por otra, muy pronto la rebelión contra la Iglesia se extendió a la sociedad humana, dividiendo a Europa hasta el día de hoy, abriendo siglos de persecución contra la Iglesia en los países reformados, y marcando a toda Europa con terribles guerras, de las cuales la más dolorosa fue la guerra de los Treinta Años. Realmente nuestra incomprensión es total cuando actualmente estamos viendo que algunos prelados católicos celebran e incluso festejan este acontecimiento tan triste y tan espantoso para la cristiandad.
La rebelión de Lutero estriba sobre un principio que constituye como la base del pensamiento moderno y que gobierna a toda la sociedad contemporánea, que pretende ser liberal o socialo-comunista. Este principio apunta a liberar a los hombres de la dependencia de Dios y del orden establecido por Él, tanto a nivel natural como a nivel sobrenatural.
No obstante, en lo más profundo de la naturaleza del hombre se encuentra la realidad ontológica de una dependencia total con relación a su Creador, dependencia total porque no existe ningún ámbito del que pueda sustraerse al ser humano. La propia noción de creación lo indica claramente. Y desde el punto de vista de la criatura, esta dependencia objetiva genera inmediatamente el deber de sumisión igualmente absoluto hacia su Creador, que es Dios. Esta sumisión se extiende a muchas más cosas de las que al hombre le parecen su expresión más común: obediencia a los mandamientos de Dios y obediencia moral, pues se extiende también al orden de la inteligencia, es decir, a nuestro conocimiento. Se trata de la sumisión de nuestra razón a la realidad que se nos impone, de tal manera que la definición exacta de la verdad es «la adhesión de la inteligencia a la realidad», o sea, a la realidad objetiva. El ámbito de la fe sigue el mismo camino, aunque ahí la razón de esta sumisión sea diferente. Cuando nuestra razón natural se somete a la luz de la evidencia, la luz sobrenatural se somete a la autoridad de Dios, Verdad que se revela sin engañarse ni engañarnos, como decimos en el acto de fe.
Mediante el principio del libre examen, Lutero hizo explotar en pedazos esta sumisión. Y desde entonces, la gran palabra que resuena en el universo es este grito: «libertad»; pero que, de hecho, es la rebelión contra Dios y contra el orden de las cosas querido por Dios. Esta libertad moderna adula al alma caída luego del pecado original, y constituye la tentación de la época actual y es una ilusión. Es un sueño quimérico, el mismo que inspiraba el pecado del arcángel Lucifer, y tras él, de todo pecado. Esta supuesta liberación acaba mal, y, finalmente, no tiene nada que ver con la auténtica libertad, pues el hombre no ha sido creado libre para rebelarse contra Dios, su último fin y su bien supremo, sino para que él mismo elija los medios que lo conducen a Dios y para hacer que de este modo se le vuelva meritorio el alcanzar la bienaventuranza eterna que Dios omnipotente quiere compartir con sus criaturas.
¡Qué pocos son los hombres de hoy que, al estar sumergidos en esta atmósfera liberal, comprendan esas verdades fundamentales!
Los excesos inevitables del liberalismo, llevado hasta el extremo de su lógica, ya se trate de la anarquía o de la tiranía del poder material, lo mismo que los del socialo-comunismo, cuyos horribles desbordamientos han marcado trágicamente el siglo XX, para por lo menos doscientos cincuenta millones de muertos, no parecen hacer reflexionar a nuestros contemporáneos.
La revolución rusa parte de esta rebelión contra el yugo del poder temporal, pero su origen no es ruso, sino que lo encontramos en la Europa del oeste. Karl Marx era alemán, y, según algunos historiadores, Rusia fue el terreno de aplicación de los principios elaborados por el alemán Marx, con el soporte financiero de los ámbitos de negocios occidentales. No obstante, la revolución atacó muy rápidamente a la religión. Y el comunismo siempre ha visto en la Iglesia Católica, más que en ninguna otra cosa, un enemigo que ha jurado destruirlo, si fuera posible. Del comunismo han venido la mayor parte de las persecuciones contra la Iglesia, que aún duran, como en China, en Corea del norte o en Vietnam.
Todo esto se anunció en Fátima, donde nuestra Señora pidió actos muy sencillos a las autoridades religiosas y a todos los cristianos, para conjurar las desgracias que amenazan con abatirse sobre la tierra: la devoción a su Corazón Inmaculado, los cinco primeros sábados de mes en reparación de los ultrajes hechos a la Madre de Dios, y la consagración de Rusia.
Llama la atención la aparente desproporción de los medios que propone el Cielo para remediar a los males de la humanidad, frente al destino dramático de las naciones en este momento de la historia de la humanidad. Pero Dios omnipotente, infinitamente por encima de la agitación humana, no necesita en modo alguno los medios humanos. Una sola palabra le basta para crear el universo, regenerarlo y salvarlo. Pero tal cosa no se ha de realizar sino a través de los hombres que reconozcan finalmente su soberanía. «La guerra va a terminar, pero si se no deja de ofender a Dios, en el pontificado de Pío XI empezará otra guerra peor». «Si se escuchan mis ruegos, Rusia se convertirá y vendrá la paz; si no, difundirá sus errores a través del mundo, provocando guerras y persecuciones contra la Iglesia». La paz del mundo –y de la Iglesia– está vinculada a la consagración de Rusia al Corazón Inmaculado de María. Según un testimonio indudable que me han referido personalmente, sor Lucía, poco antes de morir, le dijo a un sacerdote que «la consagración de Rusia SE REALIZARÁ, pero será algo muy difícil».
Llegará el triunfo del Corazón Inmaculado de María, cosa de la cual no tenemos ninguna duda, pero por el momento la lucha está causando estragos, y ahora incluso al interior Iglesia. Los pilares de nuestra fe que parecían inquebrantables están temblando desde sus cimientos; algunos obispos y cardenales superan incluso a su nuevo maestro, Lutero, de cuya rebelión celebran este año el aniversario. Y son muy pocos los que defienden la verdad revelada. La Voz de la que todo depende la Iglesia que está en la tierra, calla resueltamente, dejando que las tinieblas de la confusión doctrinal y moral invadan la Ciudad de Dios.
El 29 de junio de 1972 Pablo VI ya había observado que «el humo de Satanás se [había] introducido por alguna rendija en el templo de Dios». Hoy ya no se trata sólo de una fumarola, sino del espeso humo de una erupción volcánica. Como ya afirmaba San Pío X: «Es indudable que quien considere todo esto tendrá que admitir de plano que esta perversión de las almas es como una muestra, como el prólogo de los males que debemos esperar en el fin de los tiempos; o incluso pensará que ya habita en este mundo “el hijo de la perdición” de quien habla el Apóstol» (encíclica E Supremi Apostolatus del 4 de octubre de 1903). ¿Qué decir, pues, cien años más tarde, viendo que la Iglesia se va disgregando poco a poco? Se nos hiela la sangre cuando oímos a esta misma Voz que, hablando de la justificación, durante la conferencia de prensa en el avión de regreso de Armenia, el 26 de junio de 2016, dice que Lutero no se había equivocado sobre este punto: «Creo que las intenciones de Martín Lutero no eran erróneas: era un reformador. (…) Y hoy, luteranos y católicos, junto con todos los protestantes, estamos de acuerdo sobre la doctrina de la justificación: sobre este punto tan importante, él (Lutero) no se había equivocado».
Por ello, para la Fraternidad San Pío X y para ustedes, queridos fieles, nuestra línea de conducta no es sino la de continuar lo que siempre ha hecho la Iglesia, pase lo que pase. El camino de la verdad que en todos los tiempos ha hecho santos seguirá siendo siempre el camino seguro del Cielo, el de los Evangelios, a imitación de nuestro Señor y nuestra Señora. Tomamos los medios indicados por el Cielo, con la certeza de que no podemos hacer nada mejor. Nuestra cruzada del Rosario terminó oficialmente el pasado 22 de agosto, pero les suplicamos y pedimos a ustedes encarecidamente que mantengan las buenas costumbres que ya han adquirido: la oración del Rosario y los pequeños sacrificios, que son tan agradables a Dios y que tienen poder para de salvar a las almas eternamente, ¡siempre y cuando vayan acompañados con un granito de amor a Dios!
Al final de este año en que celebramos el centenario de las apariciones de Fátima, no olvidemos las enseñanzas y las peticiones de María, siempre Virgen y Madre de Dios. Según sus propias palabras, su Corazón será nuestro refugio y el camino que nos lleve a Dios. Vivimos con esta esperanza, sin desalentarnos por los acontecimientos terribles que nos rodean, muy conscientes de que todos nosotros podemos y debemos hacer mucho bien a nuestros contemporáneos al conservar fielmente los tesoros de la Tradición.
Les agradezco a ustedes por su generosidad incansable. Que Dios les retribuya con gracias y los bendiga, a la espera del triunfo del Corazón Inmaculado de María.
Menzingen, 21 de noviembre de 2017, festividad de la Presentación de la Santísima Virgen
+ Bernard Fellay,
Superior general